El 23 de abril no era un día cualquiera. En mi ciudad, las calles se llenaban de libros, rosas y gente buscando una historia que les cambiara el día. Yo no tenía muchas ganas de salir, pero mi madre insistió en que fuéramos a la librería de siempre.
Cuando entré, todo olía a papel viejo y a café. La señora Elvira, la dueña, me saludó con una sonrisa. Me conocía desde pequeño y siempre decía que algún día encontraría “mi libro”. No sabía a qué se refería hasta que vi uno, viejo y con la tapa un poco rota, que me llamó la atención sin saber por qué.
Lo abrí y empecé a leer. Sin darme cuenta, me fui metiendo en la historia. Era como si el mundo desapareciera y solo existieran el libro y yo. Sentí que viajaba, que vivía cosas que en la vida real no me atrevería ni a imaginar.
Ese día entendí lo que muchos dicen: que los libros tienen magia. No solo cuentan historias, también nos ayudan a entendernos, a soñar, a escapar cuando lo necesitamos. Desde entonces, cada Día del Libro intento leer algo nuevo. Porque, aunque suene raro, hay libros que parecen estar esperándote.
Javier, Yeray y Hugo
No hay comentarios:
Publicar un comentario