En un rincón apartado de Castilla y León, rodeado de vastos campos y un
denso bosque, se encontraba el Colegio San Gabriel. Era un lugar tranquilo,
donde los alumnos disfrutaban de la naturaleza y la paz que ofrecía el entorno.
Sin embargo, había un misterio que envolvía al bosque cercano, un misterio
que pocos se atrevían a explorar.
Carlos, un alumno curioso y valiente, había oído las historias que los mayores
contaban sobre el bosque. Decían que, al caer la noche, se podían escuchar
susurros y ver sombras que se movían entre los árboles. Intrigado y decidido a
descubrir la verdad, Carlos decidió aventurarse en el bosque una tarde de
otoño, cuando el sol comenzaba a ocultarse y la niebla empezaba a cubrir el
suelo.
Con una linterna en mano y su mochila al hombro, Carlos se adentró en el
bosque. A medida que avanzaba, el aire se volvía más frío y los sonidos del
colegio se desvanecían, reemplazados por el crujido de las hojas secas bajo
sus pies y el ulular del viento entre las ramas. De repente, un susurro suave
pero claro llegó a sus oídos. “Carlos… Carlos…”, parecía llamarlo.
El corazón de Carlos latía con fuerza, pero su curiosidad era más fuerte que su
miedo. Siguió el sonido, adentrándose cada vez más en el bosque. La luz de su
linterna iluminaba apenas unos metros delante de él, creando sombras
inquietantes que parecían moverse a su alrededor. De pronto, la linterna
parpadeó y se apagó, dejándolo en la oscuridad total.
Carlos intentó encenderla de nuevo, pero no funcionaba. En ese momento,
sintió una presencia detrás de él. Se giró rápidamente, pero no vio nada. El
susurro volvió, más cercano y más insistente. “Carlos… ven con nosotros…”
Con el corazón en la garganta, Carlos comenzó a correr, sin saber hacia dónde
iba. Tropezó con una raíz y cayó al suelo, golpeándose la cabeza. Todo se
volvió borroso y, antes de perder el conocimiento, vio una figura oscura
acercándose lentamente hacia él.
Cuando Carlos despertó, estaba de nuevo en el colegio, rodeado de sus
compañeros y profesores preocupados. Nadie sabía cómo había regresado ni
quién lo había encontrado. Carlos intentó explicar lo que había visto y oído,
pero pocos le creyeron. Sin embargo, cada vez que miraba hacia el bosque,
sentía que algo o alguien lo observaba desde la oscuridad.
Y así, el misterio del bosque continuó, dejando a todos con más preguntas que
respuestas. ¿Qué había realmente en el bosque? ¿Quién o qué había llevado a
Carlos de vuelta al colegio? Nadie lo sabía, y quizás, nunca lo sabrían.
(...)
Nicolás y Javier