Cuando estaba en tercero de primaria tuve un amigo muy especial llamado Iván. Era un niño tranquilo, de esos que siempre dejan huella sin hacer ruido. Iván tenía problemas de corazón, y por eso lo operaban con frecuencia. Cada vez que eso pasaba, toda la clase se unía para hacerle dibujos, cartas y pequeños regalos. Queríamos que se sintiera acompañado, aunque no pudiera estar con nosotros en el aula.
Yo solía llevarle esas cosas al hospital. También iba mucho al médico por otros temas, así que aprovechaba esas visitas para acercarme a él. Me gustaba pensar que, de alguna forma, le alegraba el día ver todo lo que sus compañeros le mandaban. Era nuestra manera de decirle que lo queríamos, que lo extrañábamos y que estábamos esperando su regreso.Pero cuando terminó ese curso, dejé de saber de él. No supe si se cambió de escuela, si se mudó, o qué fue de su vida. A veces me pregunto cómo estará, si habrá superado sus problemas de salud, si todavía recuerda aquellos dibujos y momentos compartidos. Me encantaría volver a saber de Iván, aunque solo fuera para decirle que aún lo recuerdo y que su amistad fue importante para mí.
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